Este es el duodécimo de una serie de reportes periódicos que el CEDE publica con un análisis gráfico de la evolución del Covid-19 en Colombia a partir de los datos públicos de salud. El análisis, de Jorge Tovar, lo pueden seguir también con actualizaciones diarias en su cuenta de Twitter @JorgeATovar
Como en todo el mundo, tras el inicio de la pandemia, vivimos expectantes por saber cuándo torcería la curva. En medio de cuarentenas estrictas, todos los días evaluábamos el rumbo que tomarían los diagnósticos, los muertos. Celebramos, como el resto del planeta, cuando se alcanzó ese pico y comenzó el esperado descenso. A diferencia de los casos exitosos que se registraron en el mundo, el descenso se frenó demasiado pronto. Nunca rozamos el cero. La Figura 1 ilustra esa preocupante realidad. Entramos en una meseta. Cuando se asciende, la meseta es buena noticia porque implica que no se incrementan los casos. Cuando se desciende la meseta, si es alta, es mala noticia porque no logramos evitar casos, muertos. La meseta está muy alta.
En un país acostumbrado a convivir con la muerte y la tragedia pareciera que se normalizó ver que alrededor de doscientas personas fallecen a diario (Figura 2). Sin contar el subreporte. En esto llevamos dos meses. Que sea normal no quiere decir que sea aceptable. Es la hora de preguntar a nuestros gobernantes, nacionales y locales, por qué han fracasado en disminuir el número de casos, en reducir el número de muertos.
La economía no se puede ni se debe cerrar. Tampoco, sin embargo, se puede normalizar cuando están muriendo tantos, y conociendo de otras latitudes que la segunda ola puede ser aún más devastadora que la primera. Una pandemia, aprendimos todos este amargo 2020, crece exponencialmente. No es hora de mítines políticos con el pretexto de la navidad. Incluso en Estados Unidos, allá donde el presidente no cree en el virus, la agencia para el control y la prevención de enfermedades emitió un comunicado sugiriendo no viajar en la semana de acción de gracias. En España habrá toque de queda el 24 y 31, se limitan en tamaño las reuniones familiares. No es cuestión de cerrar, es entender que la pandemia no ha pasado y que si se dispara exponencialmente el frenazo a la economía puede resultar más demoledor que abrir con una insuficiente precaución que pareciera no ha dado resultados.
El coronavirus es, además, un problema regional. La Figura 3 considera los 500 municipios que más casos de Covid-19 han tenido durante la pandemia. A partir de estos se toman los 21 municipios que más han crecido en casos diagnosticados durante las últimas cuatro semanas, excluyendo la última. Se añade por defecto las cuatro grandes capitales del país, Bogotá, Medellín AM, Cali y Barranquilla. La presentación permite comparar la evolución temporal y entre ciudades de un solo brochazo. Si analizamos la penúltima semana (pues los casos de la última semana siempre son temporales a medida que llegan nuevos datos), se observa que hay un número significativo de casos en las capitales. Pero también en municipios como Lérida, Pacho, Guatapé o Vegachí.
En resumen, la pandemia no ha pasado. Se mantuvieron cerrados los colegios, pero se fomentó el paseo. Se incentiva el quiosco informal, pero se limita al restaurante formal. Se prohíbe la entrada restringida al fútbol, pero se celebran manifestaciones multitudinarias para preparar las fiestas navideñas. Hay demasiadas contradicciones. La pandemia, insisto, no ha terminado. No se acaba el 31 de diciembre.
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