Prefacio a la edición en español
Samuel Bowles
La ciencia económica nació en un pequeño rincón de Europa, pero ha venido madurando globalmente.
Desde Adam Smith y David Hume a mediados del siglo XVIII, hasta John Stuart Mill y Karl Marx a mediados del siglo XIX, los gigantes de la economía clásica vivieron en el Reino Unido. No es sorprendente entonces que sus escritos expresaran un punto de vista británico. El apoyo de Adam Smith a una economía descentralizada de mercado –su “mano invisible” – fue estimulado por el dinamismo de su ciudad natal Edimburgo y por el limitado rol del Estado en el proceso de crecimiento británico. Para Marx y Engels, los trabajadores pobres que vivían en las atestadas bodegas de Manchester eran sus puntos de referencia, tanto como lo habían sido para Smith las chimeneas industriales de una Edimburgo pujante.
La razón de que Europa Occidental, y especialmente el Reino Unido, fuera el lugar de nacimiento de la ciencia económica es que el capitalismo también floreció allí. Único entre los sistemas económicos, el capitalismo unificó la variedad de actividades involucradas en generar los medios de vida en un espacio de vida social particular y claramente autónomo, un espacio sujeto además a regularidades equivalentes a leyes. Los sistemas económicos anteriores, en palabras de Karl Polanyi(1957), estaban incrustados en los órdenes políticos y culturales de los cuales hacían parte. La religión, costumbres, política y la reproducción de la vida diaria estaban entrelazadas con lo que ahora reconocemos como actividades económicas: la asignación y distribución de recursos. Sin embargo, en la economía capitalista el día de trabajo y el espacio laboral emergieron como esferas temporales que se diferenciaban de la familia, la religión, la política y las costumbres. Se decía que una psicología en particular –resumida por los economistas clásicos como el “hombre económico” calculador, interesado en sí mismo, y amoral, gobernaba nuestro comportamiento en este espacio económico.
El capitalismo no solo liberó a la economía de las estructuras sociales y restricciones morales que la rodeaban, también impartió en ella regularidades que podrían eventualmente ser descritas como leyes científicas con su respectiva aplicación universal. De especial importancia entre éstas, estaban las así llamadas leyes de oferta y demanda, una de cuyas consecuencias fue la ley del precio único. Esta ley maestra de la tradición clásica y neoclásica sostiene que en un equilibrio competitivo un determinado bien no será transado a precios diferentes y que no existirán excesos de demanda o de oferta. Simplificaciones tales como la del "hombre económico" y la ley del único precio facilitaron la eventual aplicación del razonamiento matemático en la economía, enriqueciendo de manera extraordinaria su claridad y coherencia.
La pregunta general de los economistas clásicos se ocupaba de la interacción dinámica entre las instituciones y el crecimiento; esta pregunta ha sido de nuevo adoptada por la teoría contemporánea del crecimiento endógeno. ¿Cómo, se preguntaban ellos, podría una economía estar organizada para promover el bienestar material de sus miembros manteniendo al mismo tiempo su autonomía? Las respuestas que dieron eran dispares, tal como sugieren las posiciones opuestas entre Ricardo y Malthus sobre el papel de los impuestos y las rentas de la tierra en el proceso de acumulación, y más aún el famoso enfrentamiento entre las prescripciones del laissez-faire de Smith y el materialismo histórico de Marx. Lo que las respuestas tenían en común era el rol preeminente de la experiencia económica de la Gran Bretaña como punto de referencia empírico.
Sin embargo el Reino Unido, la primera gran economía capitalista, era único. Si la economía hubiese nacido en San Petersburgo, Tokio o Buenos Aires en lugar de Londres, Manchester y Edimburgo, sus temas centrales habrían sido diferentes. Se habría dado mayor énfasis a la comprensión del estancamiento tanto como del crecimiento, al papel coordinador de las grandes instituciones financieras y los Estados intervencionistas, al proceso de actualización tecnológica y el papel de las firmas gigantes, y a los retornos crecientes en el proceso de desarrollo económico (Gerschenkron, 1962). La ciencia resultante se habría parecido más a la economía de Joseph Schumpeter (siendo austriaco) que a la de Adam Smith.
En las páginas que siguen presento una microeconomía moderna, descendiente lejana de la economía de Adam Smith. Ella refleja las contribuciones de un conjunto diverso de economistas, entre ellos los galardonados con el premio Nobel, Kenneth Arrow, George Akerlof, Ronald Coase, Friedrich Hayek, Daniel Kahneman, John Nash, Douglass North, Elinor Ostrom, Thomas Schelling, Amartya Sen, Herbert Simon, Vernon Smith, Joseph Stiglitz y Oliver Williamson. Los avances recientes de éstos y otros académicos han revolcado incluso los principios más básicos de la tradición clásica y la subsecuente neoclásica. Entre las víctimas (como se verá) está la ley de un precio único (Capítulos 7-9), desplazada por teorías más adecuadas de contratos y de competencia de mercados. El campo nuevo de la economía experimental y la teoría comportamental de juegos (behavioral game theory) han, de la misma manera, cuestionado los supuestos psicológicos del hombre económico (Capítulo 3), proponiendo en su lugar un fundamento de comportamiento de la economía empíricamente más plausible. El reconocimiento de la información asimétrica como la norma y no como la excepción ha transformado nuestro entendimiento tanto de las interacciones económicas centralizadas como descentralizadas. Otros desarrollos han revivido la atención que los economistas clásicos le dieron a las interacciones sociales fuera del mercado, las instituciones económicas y su evolución en el largo plazo (Capítulos 1, 2, 4-6, 10-14).
Inevitablemente el material presentado aquí lleva la huella de sus orígenes en Europa occidental y en Norte América. Me anticipo a afirmar que en las décadas que vienen, este corpus científico será enriquecido y de pronto alterado fundamentalmente por las visiones de otros, derivadas de las experiencias de las economías en el mundo entero. Entre los temas que ciertamente atraerán la atención están el juego complejo de interacción entre las instituciones políticas y económicas, el proceso divergente que produce no solo afluencia sino también pobreza tanto al interior de las naciones como entre ellas, la naturaleza realmente global de la actividad económica, la familia como institución económica, el creciente papel económico de la información y los bienes y servicios que son "difíciles de poseer" (siendo este libro virtual un buen ejemplo), y el impacto de la actividad económica en el ambiente natural. Los economistas de habla hispana seguramente serán protagonistas en el desarrollo de la ciencia en estas áreas.
Es con esta esperanza y expectativa que les doy a ustedes la bienvenida a estas páginas, e invito sus críticas, extensiones y enmiendas al trabajo que he realizado.
Quisiera dar gracias a Juan Camilo Cárdenas de la Universidad de Los Andes por hacer esto posible, a Nicolás de Roux por el apoyo en la coordinación del proyecto, y a las siguientes personas por la traducción y revisión técnica de este trabajo: Andrés Álvarez, David Echeverry, Ernesto Cárdenas, Gabriel Burdin, Jimena Hurtado, Jorge Gallego, Juan Camilo Cárdenas, Marcelo Caffera, María José Roa, Maria Alejandra Vélez, Mieke Meurs, Nadia Dziewczpolski, Nicolás de Roux, Rebeca Echavarri, Sandra Polanía, y Yelka García.
Santa Fe, New Mexico
Septiembre, 2010
http://www.santafe.edu/~bowles
Citas
Gerschenkron, Alexander. (1962). Economic backwardness in historical perspective, a book of essays, Cambridge, Massachusetts: Belknap Press of Harvard University Press.
Polanyi, Karl. (1944). The Great Transformation: The Political and Economic Origins of Our Time, Boston: Beacon Press by arrangement with Rinehart & Company Inc., 1957.