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¡No a una asamblea constituyente!

Hay que aglutinar la oposición al Presidente para rechazar la convocatoria de una constituyente.

Antes de su discurso del viernes anterior sobre la convocatoria a una asamblea constituyente para que las instituciones “le obedezcan al pueblo”, el Presidente ha debido revisar la experiencia de algunos de sus antecesores con este tipo de propuestas. En especial, la de los años cincuenta del siglo pasado, que concluyó con la salida del general Rojas Pinilla de la Presidencia.
La historia de la asamblea convocada por el presidente Laureano Gómez en junio de 1952, cuya instalación se programó para diciembre de ese año, es de enorme actualidad. A la asamblea –que solamente se instaló cinco días después de la sustitución del presidente Gómez por el general Rojas el 13 de junio de 1953– le correspondió revestir de legitimidad el título de Presidente para el general y confirmarlo en el cargo por el resto del período presidencial.
Advirtió que, si no se pudiera efectuar la elección de su sucesor en 1954, el Gobierno podría señalar una nueva fecha para la elección o “convocar, dentro de un año, a la Asamblea Nacional Constituyente para que ella lo elija”; el general continuaría en la presidencia hasta la posesión de quien hubiera de sucederlo.

El Presidente ha debido revisar la experiencia de algunos de sus antecesores con este tipo de propuestas. 

Cuando a raíz de la clausura de EL TIEMPO el expresidente Alberto Lleras Camargo renunció en 1955 a la Rectoría de la Universidad de los Andes e inició la campaña para la restauración de la democracia, apuntando a la realización de elecciones ‘libres’, la asamblea constituyente se reunía de manera irregular, convocada por el presidente. Recuérdese que el Congreso se había cerrado en noviembre de 1949, seis años antes.
El liberalismo, los laureanistas, los conservadores de Medellín y “la Andi, Acopi, Fenalco, los cafeteros, los banqueros, presumiblemente la Iglesia, y quién sabe si hasta las Fuerzas Armadas” (Lleras, 1955), buscaban ansiosamente el regreso a la ‘normalidad’ en el país. La arbitrariedad del gobierno militar, la utilización de decretos de estado de sitio para legislar, la incertidumbre, y el caos, no eran tolerables por más tiempo, ni para los dirigentes, ni para el pueblo. La economía enfrentaba una profunda crisis por la sostenida baja de los precios internacionales del café.
En 1956 un evento aglutinó a la oposición a Rojas. Después de la conversación de julio en Benidorm (España) entre Alberto Lleras y Laureano Gómez, en la cual se acordó la reconquista conjunta de las instituciones y se propuso implantar una sucesión de gobiernos de coalición entre conservadores y liberales, la asamblea constituyente, que ya le había prolongado el mandato al general Rojas hasta 1958, daba los pasos para extendérselo a 1962. Lleras mismo acudió a la asamblea en octubre para dejar constancia de la oposición del liberalismo a ese “golpe de fuerza”.
La oposición a Rojas arreció en el primer semestre de 1957. En marzo los dos partidos firmaron un manifiesto en contra de la reelección de Rojas y llamaron a la juventud y a las fuerzas vivas del país a restablecer el “imperio de la Constitución”. El 1.º de mayo la oposición pidió en las calles la renuncia de Rojas. El 7 de mayo los bancos y las empresas iniciaron un paro nacional contra el Gobierno (las universidades y algunos colegios también cerraron). El 8 de mayo la asamblea amplió el período de Rojas hasta 1962. Y el 10 de mayo el general dejó la presidencia en manos de una junta de cinco militares de las diferentes fuerzas y de alta graduación.
La lección de esta historia es clara. Hay que aglutinar y coordinar la oposición al presidente Petro para rechazar la convocatoria de una asamblea constituyente. Aunque se diga lo contrario, esa asamblea destruiría las instituciones y de la democracia. Arruinaría, definitivamente, el futuro del país.
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