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¿Adiós al Departamento Nacional de Planeación?

¿Qué habría sido del progreso social colombiano de no ser por la labor de los técnicos del DNP?

Es bien conocido el dicho de que “es muy difícil construir y muy fácil destruir”, cuando se comenta sobre las acciones de un gobierno.
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A raíz de los nombramientos recientes del presidente Petro y de su andanada contra la tecnocracia, percibo que nada le importan los esfuerzos de construcción institucional que se realizaron a lo largo del siglo XX para orientar con criterios técnicos el manejo de la economía colombiana. En particular, la consolidación de una entidad tan importante y respetada en el país y en el extranjero como el Departamento Nacional de Planeación, el DNP.
La preocupación por la planeación del desarrollo no es un prurito de los técnicos ni algo novedoso. Tengo frente a mí el libro Planes y programas de desarrollo 1969-1972, elaborado en el DNP, que se presentó al Congreso Nacional en diciembre de 1969. En su introducción se hace un recuento sucinto de la legislación sobre la planeación desde 1931 hasta 1963, cuando se reorganizaron el Conpes y el DNP, creados en 1958.
Después de la reforma constitucional de 1968, el Gobierno debía presentar al Legislativo el Plan de Inversiones Públicas y su ejecución se convertiría en obligatoria para el Ejecutivo. Y, aunque el Congreso nunca aprobó un plan de desarrollo porque jamás se constituyó la Comisión del Plan contemplada en la Constitución, los proyectos de los planes se incorporaron, obviamente, en los presupuestos nacionales durante los años de su ejecución.

Programas tan importantes, para citar unos pocos, como los planes de Desarrollo Rural y de Nutrición en los años setenta, las madres comunitarias, Familias en Acción, el Sisbén y el Ingreso Solidario, se gestaron en Planeación.

Con un grupo de jóvenes, principalmente economistas e ingenieros con estudios en el exterior, la administración Lleras Restrepo preparó cuidadosamente ese plan y sometió los proyectos de inversión al debate y el visto bueno del Conpes. Esa era la importancia que les otorgaba el presidente Lleras Restrepo al Plan y a Planeación. Los técnicos asistían al Conpes y argumentaban con el presidente y los ministros. No siempre la decisión era la recomendada por Planeación.
Desde esos años el Estado contó en el DNP con una clase de técnicos de la más alta calidad. Los jefes del Departamento fueron en muchas oportunidades economistas –hombres y mujeres– con doctorados y magísteres obtenidos en las principales universidades del mundo. No los voy a mencionar. Aunque recuerdo al jefe en 1969, Jorge Ruiz Lara, el primer economista colombiano con un doctorado en el exterior. Hubo crisis –como la de 1970– y algunos altibajos en la trayectoria de la institución, pero, a lo largo de los años, Planeación se convirtió en una de las ‘islas de excelencia’ dentro del Estado. Sus jefes y técnicos pasaron del DNP a los ministerios y al Banco de la República. Se formó ‘el semillero del DNP’: una tecnocracia pragmática, no ideologizada, en búsqueda del bien común y el bienestar social.
No es aceptable que el presidente Petro afirme que “tecnocracia es supuestos técnicos en el poder y democracia es el pueblo en el poder. En la primera, el pueblo les sirve a los supuestos técnicos, en el segundo los técnicos sirven al pueblo”. No, señor presidente, está equivocado. La tecnocracia no se ha centrado exclusivamente en la estabilidad de la economía. Programas tan importantes, para citar unos pocos, como los planes de Desarrollo Rural y de Nutrición en los años setenta, las madres comunitarias, Familias en Acción, el Sisbén y el Ingreso Solidario, se gestaron en Planeación. No es cierto, como dijo el nuevo jefe de Planeación, que “el pueblo hubiera estado históricamente olvidado e históricamente excluido”.
Yo le pregunto, Presidente, ¿qué habría sido del progreso social colombiano si no hubiera sido por la labor silenciosa de los técnicos del DNP en todos sus niveles? Por favor, no destruya lo que con tanto trabajo costó construir.
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