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Columnistas

La responsabilidad de la hora presente

Teníamos un mandatario enardecido, con interpretaciones alucinantes y falsas.

El lunes 22 de abril muchos colombianos pensamos que vendrían días de apaciguamiento del Gobierno y del Congreso. Las masivas marchas del día anterior habían constituido un hecho político que no podía menospreciarse. Además, las declaraciones del ministro del Interior y de la secretaria general de la Presidencia prometían una mejor interacción con el Ejecutivo.

En la tarde del 1.º de mayo, después de la marcha convocada por los sindicatos afines al Gobierno y del discurso de una hora del Presidente Petro, las expectativas posmarcha de diez días antes se vinieron al suelo. La respuesta fue de confrontación y amenazas. Teníamos un mandatario enardecido, con interpretaciones alucinantes y falsas.

Lejos de haberse tratado de la “marcha de la muerte”, la del 21 de abril mostró una ciudadanía viva, de diversos oficios e intereses, ciertamente inconforme con la forma en la cual está siendo gobernada. Pero no fue una manifestación de la derecha, ni de las oligarquías, ni de la clase dominante, ni del uribismo ni tenía como propósito promover un ‘golpe de Estado’. Los caminantes fueron, en su enorme mayoría, miembros de la clase media colombiana que quiere seguridad, progreso, estabilidad y bienestar para todos. Que no está para revoluciones sino para reformas bien diseñadas, que mejoren la calidad de vida y no destruyan lo que se ha logrado.

Dividió más profundamente entre los ‘buenos’ y los ‘malos’, haciendo gala de un populismo exacerbado. Se olvidó de que es el presidente de un país de 50 millones de habitantes.

La marcha de abril fue, entonces, algo novedoso por la ausencia de dueños políticos. Esa característica poco usual fue, tal vez, un problema. Porque el Presidente aprovechó para arremeter contra esa ciudadanía, acusándola de nostálgica del pasado, defensora del esclavismo, enemiga de los cambios, miedosa, cómplice de asesinatos. La irrespetó, la confrontó y amenazó la democracia, insistiendo en “desatar el poder constituyente en Colombia”. Dividió más profundamente entre los ‘buenos’ y los ‘malos’, haciendo gala de un populismo exacerbado. Se olvidó de que es el presidente de un país de 50 millones de habitantes.

* * * *

Esa ciudadanía inconforme y segregada tiene por delante una gran responsabilidad. Aglutinarse alrededor de unos principios fundamentales, que me atrevo a enunciar:

1) Decir no a un proceso constituyente por mecanismos extraconstitucionales y sin propósitos definidos y consensuados.

2) Luchar por unas elecciones libres en 2026.

3) Mirar al futuro y dejarnos la historia a los historiadores.

4) Recuperar la seguridad en todo el país. Concentrar el monopolio de las armas en las Fuerzas Armadas y en la Policía.

5) Reforzar las políticas de lucha contra la pobreza y la desigualdad en todo el territorio nacional.

6) Apoyar contundentemente las instituciones de la democracia, el imperio de la ley y la separación de poderes.

7) Diseñar una política de desarrollo económico para modernizar la economía y evitar su rezago frente a América Latina y el resto del mundo.

8) Proteger la independencia del Banco de la República, cumplir la regla fiscal y mantener la estabilidad de la economía.

9) Recuperar una política exterior que promueva los intereses de Colombia y represente un consenso interno.

10) Unir a los colombianos, conectando tanto el territorio como el espíritu nacional.

* * * *

Colombia superó complejas crisis políticas, económicas, sociales, de seguridad en el pasado, siempre mirando hacia adelante y ajustándose para enfrentar el futuro. Pasó las páginas dolorosas y complejas de su devenir. En diferentes circunstancias, los colombianos nos unimos alrededor del propósito de “salir adelante” y lo logramos. Pero nunca en la historia teníamos en contra un presidente que busca destruirnos como sociedad, construir un país anclado en el Estado y menoscabar las más elementales libertades.
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