LUNES, 06 DE MAYO DE 2024

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¿Decrecer o crecer exactamente qué?

Si vamos a seguir hablando del PIB como indicador de bienestar, hagamos bien las cuentas.

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Nos contaba Roberto Angulo hace poco sobre las contribuciones de Arthur Pigou al análisis económico del bienestar y de los criterios para evaluar políticas públicas. Sintetizaba Angulo que el decrecimiento económico no sería deseable desde la lógica de Pigou porque implicaría una pérdida de bienestar de los pobres.

Con este argumento se defiende el crecimiento económico, a pesar de los impactos que éste tiene sobre la degradación de la capacidad del planeta de sostener la vida y la economía. El problema es que seguimos hablando de crecer o decrecer una variable, el PIB, sobre la que nos hemos obsesionado y al mismo tiempo desilusionado por incompleta.

Aquí es donde vuelve a aparecer en la escena Arthur Cecil Pigou, quien hace un siglo precisamente aportó en este sentido, no solo perfeccionando el concepto de externalidades que Marshall y Sidgwick habían comenzado, sino que propuso lo que sigue siendo hoy uno de los instrumentos mejor diseñados, pero claramente subutilizado si nuestro objetivo es mejorar el bienestar de la población. Imagine dos países que acuerdan un tratado de comercio donde barcos transportarán toneladas de productos que cada uno produce al otro.

Ambos países ganan con ese intercambio, generan empleo y aumentan ingresos en sus costas. En el PIB de esos dos países pasaron cosas buenas, pero en ese tránsito de carga se destruyen arrecifes coralinos, fauna marina y el turismo de una isla que desafortunadamente estaba ubicada en esa ruta comercial.

Nadie la preguntó a esa isla, que terminó pagando los platos rotos, si estaba de acuerdo con el acuerdo comercial entre los dos primeros. Si contabilizáramos esos costos ambientales y la depreciación del capital natural, de la misma manera que lo hacemos cuando restamos la depreciación del capital físico de la economía, tendríamos una métrica un poco mejor sobre la cual evaluar las políticas para crecer el bienestar.

Como dicen por ahí, que cada uno pague por sus embarradas. Contabilicemos cuánto pierde la sociedad por cada tonelada transportada en esa ruta y que no está en las cuentas de costos privados para los países que comercian entre sí y les cobramos ese impuesto pigouviano. Neto, al final, se genera más bienestar y un nivel óptimo de la actividad.

Un buen ejemplo a nivel planetario es el del costo social de cada tonelada de carbono emitida a la atmósfera. El IPCC sugiere que ese costo debería estar hoy alrededor de US$100/tonCO2.

Expertos aún debaten acerca del rango de este valor, pero la mayoría de estimativos están muy por encima del que hoy cobran unos 25 países en el mundo que gravan un poco más del 10% de las emisiones mundiales.

Colombia cobra un impuesto al carbono de algo más de 5 US$/tonelada que se asoma tímidamente en la dirección correcta, pero que tiene una larga trayectoria por recorrer. Si vamos a seguir hablando del PIB, como indicador de bienestar, al menos hagamos bien las cuentas, porque como las hacemos hoy, estamos claramente usando un termómetro incompleto. Si le metiéramos más Pigou al PIB y a la economía, de pronto podemos construir un planeta más viable y justo.

IVÁN CAMILO CÁRDENAS
Director del Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para América Latina y el Caribe y Facultad de Economía de la Universidad de los Andes

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