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Llamado a la esperanza

Una visión compartida de futuro debería ser la base del tan mentado acuerdo nacional.

Cuando termina un año como el que morirá mañana, las gentes creen que el año por comenzar será mejor y los pronósticos económicos se concentran en el nuevo calendario. Los colombianos nos hemos vuelto tremendamente cortoplacistas.
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Lo importante del 2023 fue haber superado un día a día agobiados por las malas noticias. Hay que celebrar que sobrevivimos. A pesar del desgobierno, de la incertidumbre y del desánimo empresarial, la economía no se descarriló. El crecimiento apenas llegará al 1 % en el año, la inflación ha descendido, el desempleo se mantiene alrededor del 10 % y los déficits –el fiscal y el externo– se redujeron. La junta del Banco de la República cumplió con su mandato y el Gobierno no fue capaz de ejecutar el presupuesto de inversión.
Las perspectivas económicas para 2024 y 2025 no son buenas. Los analistas proyectan un crecimiento de la producción ligeramente superior al del año que termina, 1,2 % en 2024 y 2 % en 2025. Más de lo mismo. Apenas se crece con la expansión de la población, que es cada día menor. Y se corre el riesgo de que, ante la realidad, el presidente Petro se radicalice y decida echar por la borda la regla fiscal y desestabilizar la economía.

No me resigno a que continuemos discutiendo unas reformas que no conducen al país del futuro. Ni a que la incertidumbre y el pesimismo nos acompañen el año que viene.

La desesperación del Presidente no es buena consejera. Lo que este país y sus gentes estamos pidiendo a gritos es la esperanza de un mejor futuro, con seguridad, estabilidad en las reglas de juego, inversión privada y pública, educación, crecimiento económico y empleo. Y lo peor que nos puede ocurrir, como lo estamos comprobando, es que, ante la falta de oportunidades y la desolación, los colombianos decidan irse al exterior. No solamente los más pobres, atravesando el Darién, sino los capacitados y más preparados: por ejemplo, los técnicos, los ingenieros, los médicos, los empresarios, que migran, encuentran empleo afuera y sobresalen por sus capacidades y su cultura de trabajo.
* * * *
Una visión compartida de futuro debería ser la base del tan mentado acuerdo nacional. Seguimos en mora de explotar las fortalezas que nos han mostrado a las diferentes generaciones desde que estudiamos la primaria. Esa Colombia excepcional, marcada por la diversidad, con enorme potencial agropecuario, con todos los climas, con agua abundante, con las costas sobre el Caribe y el Pacífico, en el norte de Suramérica, enlazada con Centroamérica. Y que, por su geografía y gracias al café, se desarrolló en el centro, y descuidó esas costas, las regiones fronterizas, los Llanos Orientales y los territorios del sur del país.
De cierta manera, el país “está por hacer” y la tarea de todos los que vivimos en esta época de la historia es sentar unas nuevas bases para “hacerlo”. Este es el llamado a los dirigentes en la política, en la economía, en los gobiernos, en la vida empresarial, en las organizaciones de la sociedad civil, y en la academia, en este año nuevo. Si el siglo XIX fue para construir una nación y el siglo XX para construir unas instituciones democráticas en medio de enormes dificultades, el siglo XXI debería ser para desarrollar el país, generar bienestar para todos sus pobladores a través del crecimiento de la producción, el empleo y la educación; para conectar sus regiones con infraestructura de calidad, para convertirlo en una despensa agrícola, para insertarlo en la economía mundial con sus exportaciones. En fin.
No desconozco los problemas del presente, ni los males que aquejan al planeta. Simplemente no me resigno a que continuemos discutiendo unas reformas que no conducen al país del futuro. Ni a que la incertidumbre y el pesimismo nos acompañen en el año que está a horas de iniciarse. ¡Esperanza, por favor!
Y porque espero tiempos mejores, deseo a los lectores un feliz 2024.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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