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No a la ideología, sí al buen gobierno

La esperanza es que el resultado electoral haga recapacitar al Presidente y al Gobierno.

De nuevo puede mirarse hacia el futuro con cierto grado de optimismo. La experiencia del ‘cambio’ no cayó bien en una sociedad bastante conservadora como la colombiana. Por eso el país regresó al cauce normal de la política y propinó, al menos en Bogotá, un fuerte castigo al gobierno Petro.
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Mucho se ha especulado sobre el significado de los resultados electorales y no voy a aportar nada especial. Creo, eso sí, que el votante medio colombiano lo que quiere es que los gobiernos trabajen para resolverle los problemas que enfrentan en su vida diaria, agudizados en los últimos quince meses cuando habían votado, en 2022, con la expectativa de que se aliviaran.
La inseguridad ciudadana y los conflictos armados se extendieron por las ciudades y la geografía nacional. El acceso a la salud, de por sí difícil en algunas regiones, se puso en riesgo con la discusión de una reforma que no era prioritaria y respondía al prurito ideológico de estatizar.

Al colombiano medio no le dice nada la ideología. Lo que quiere es sentirse seguro en las calles, en los buses y en las carreteras, y que le atiendan eficientemente sus necesidades básicas.

Algo similar ocurrió con la provisión del servicio de energía eléctrica que el Gobierno dejó a la deriva sin adoptar decisiones técnicas y oportunas para evitar un racionamiento. Pareciera como si el propósito hubiera sido generar unas crisis para justificar tanto la toma del sector de la salud como el de la energía por parte del Estado.
Al colombiano medio no le dice nada la ideología. Lo que quiere es sentirse seguro en las calles, en los buses y en las carreteras, y que le atiendan eficientemente sus necesidades básicas. Y que si el sector privado lo hace mejor que el público en la prestación de los servicios, pues que lo haga el privado. Hay que recordar que el llamado ‘gasto de bolsillo’, lo que el paciente pone de su plata cuando recibe atención médica, es uno de los más bajos en América Latina, si no el menor. Y sí, las tarifas de energía son las que son porque se trata de no repetir el apagón de 1992 y contar con un sistema confiable, fuerte, resistente a los choques y subsidiar el consumo de los estratos 1, 2 y 3 con apoyos del 5 y el 6 y con recursos públicos. Vale afirmar que el servicio más costoso es el que no se tiene, por la incapacidad de proveerlo.
La inseguridad y los miedos al deterioro del servicio de salud y del suministro de energía, combinados con un presidente y unos ministros que hablan mucho, hacen poco y proponen soluciones absurdas e imposibles de llevar a la práctica –como subsidiar la gasolina a los taxistas, que condujo al bloqueo de la avenida El Dorado en Bogotá unos días antes de las elecciones– explican la insatisfacción del público. Es que, como escribió Juan Gabriel Vásquez en El País de España el pasado lunes, “la presidencia de Petro ha sido un inventario de despropósitos incomprensibles para cualquiera que no esté vacunado por la ideología” y nos ha puesto a vivir de crisis en crisis, incluyendo, dice Vásquez, “una serie de catástrofes diplomáticas que le hacen daño al país y que no eran inevitables”.
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La perspectiva económica del país para los próximos tres años no es buena. La inversión pública y la privada vienen en picada, como lo muestran todas las cifras. La expectativa es que la economía crezca a ritmos muy bajos en 2024 y 2025 después de caer a 1 % este año, niveles inferiores a la que se considera capacidad potencial de expansión de la economía. Si no hay inversión, no hay crecimiento, no hay empleo, no se puede mejorar la calidad de vida de las personas y, menos, mitigar la pobreza.
La esperanza es que el resultado electoral haga recapacitar al Presidente y al Gobierno. Ya es hora de que comprendan que la ideología no es sinónimo de buen gobierno. Ojalá el campanazo del domingo sirva para enderezar el rumbo.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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