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El $ur

Marc Hofstetter
29 de enero de 2023 - 05:05 a. m.

Se volvieron a reunir los presidentes latinoamericanos y caribeños. De los anuncios grandilocuentes que suelen salir de estas reuniones llamó la atención uno: la creación de una moneda común llamada sur por parte de Brasil y Argentina, y a la que otros mandatarios quisieran sumarse —Maduro, por ejemplo, aplaudió la iniciativa con la esperanza de que incluyera a otros de la región—.

La propuesta de juntar los esfuerzos monetarios regionales no es nueva. Lo que realmente sorprende de esta discusión es que incluya y, de hecho, esté liderada por Argentina, un país con un récord monetario e institucional lamentable: un sistema cambiario múltiple, impedimentos legales a la salida de capitales, una inflación de 95 %, episodios en los que la agencia estadística mintió sobre los resultados inflacionarios, una persistente financiación del gobierno a través de la emisión de su Banco Central, un país que es un moroso reincidente en el sistema financiero internacional.

Ningún país en su sano juicio debería compartir un banco central con una nación que comete casi todos los pecados macroeconómicos posibles.

Ante las cejas levantadas tras la declaración presidencial, funcionarios de Brasil desmintieron que el alcance del sur fuera el de compartir una moneda al estilo del euro sino uno más limitado: una especie de unidad de cuenta común que permitiría pagar por las transacciones de comercio internacional entre ellos. Esa idea, menos alocada, será inútil para solucionar los problemas argentinos y sin afrontarlos resultará en todo caso insostenible.

La integración latinoamericana es una buena idea, pero la moneda común es el postre de ese proceso, no la entrada. En el camino quedan muchos pasos por dar. Menciono solo dos que son primordiales y lucen utópicos en América Latina (pero hay muchos más que no caben en este espacio).

Primero, una moneda común descansa sobre la libertad de comerciar libremente entre sus países y mover recursos a través de fronteras sin talanqueras. De hecho, gran parte de los beneficios de compartir una moneda es justamente que ese comercio internacional recibe un impulso al desaparecer la incertidumbre cambiaria y los costos asociados a tener que intercambiar monedas. ¿Cómo alcanzaremos la meta de libre comercio en una región en la que hace un par de meses estábamos celebrando que algunos vehículos, en algunos horarios y solo por algunos pasos, iban a poder cruzar la frontera entre Colombia y Venezuela? ¿Cómo llegar allá si las reglas comerciales parecen depender de la afinidad política coyuntural de los mandatarios más que de un proyecto de largo plazo, en el que la antipatía política de dos presidentes puede cerrar fronteras y caminos comerciales?

La integración también requiere una libre movilidad de personas entre países: así como un bogotano es libre de ir a vivir a Cartagena, con la misma lógica un boliviano podría irse a vivir a Chile o un colombiano a Brasil. ¿Estamos preparados para eso cuando muchos países todavía se reservan el derecho de admisión de turistas de otros países latinoamericanos?

@mahofste

 

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