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Las crisis encadenadas

La inflación ha superado el 11 % anual: todas las baterías deben apuntar a reducirla.

Se ha abusado tanto de la palabra ‘crisis’ que ya no describe una nueva y peor situación. No tenemos la palabra adecuada. Por eso ahora se habla de la sucesión de crisis. El informe del Fondo Monetario Internacional que se divulgó esta semana se titula ‘Una crisis tras otra’, para referirse a la coyuntura económica mundial en 2022.
(También le puede interesar: Instituciones y confianza)
En el siglo XXI el mundo atravesó dos crisis económicas profundas. Una, en 2008-2009, que se conoció como la Gran Recesión, cuando, primero, hizo implosión el sistema financiero en los Estados Unidos y en Europa, y, después, la deuda pública de varios países europeos. La recuperación de esa crisis no se había consolidado cuando estalló en 2020 la generada por el coronavirus.
Y ahora vivimos otra, la de la pospandemia, con una demanda exacerbada, restricciones en la oferta, altos precios de la energía y una guerra en Europa. La inflación mundial, la reducción del crecimiento económico y una gran incertidumbre geopolítica –que incluye la utilización de armas nucleares– son las características protuberantes de la nueva situación, más grave y profunda que las anteriores. ¿Cómo llamarla?
El hecho es que el año que viene va a ser muy complejo y difícil en el mundo y en Colombia. Es claro que las políticas económicas deberán mantener y reforzar los ajustes monetarios y fiscales para rebajar la inflación y que, como en los años ochenta del siglo pasado, eso va a ser muy doloroso en todo el planeta. Las tasas de interés serán altas; la demanda internacional, muy baja; el comercio exterior, deprimido, como lo anunció la OMC, y la energía, costosa. Una recesión que ojalá no se convierta en depresión.
* * * *
En Colombia toca reconocer la realidad y ajustar las expectativas. La inflación ha superado el 11 % anual: todas las baterías deben apuntar a reducirla. No va a ser fácil lograrlo en el corto plazo. En agosto, el Banco de la República estimaba que la inflación esperada a doce meses se ubicaría en el 6 % anual. El dato de septiembre no ayuda propiamente a calmar la angustia sobre el futuro. A lo cual se suman la impostergable alza de la gasolina y que ya los analistas empiezan a incorporar en sus proyecciones aumentos del salario mínimo para el año próximo de entre 15 y 20 %, lo cual contribuiría a un mayor ‘desanclaje’ de las expectativas, como dicen los economistas. Es decir, a que los agentes se olviden del control de la inflación y suban locamente los precios de los bienes y los servicios. El peor escenario posible para el país.

La inflación no es causada por la entrada y la salida de capitales, por lo cual cualquier medida que limite su flujo sería contraproducente.

La junta del Banco de la República tiene la dura tarea de continuar elevando la tasa de interés, así el presidente Petro considere que hacerlo no sirve para “atajar el ritmo inflacionario”. Está equivocado. Ahora bien, la historia de los últimos treinta años muestra que a algunos presidentes (¿recuerdan a Samper?) no les gusta que la junta suba las tasas de interés.
Por fortuna, el Banco es autónomo constitucionalmente y el voto del ministro de Hacienda es uno entre siete. Además, la inflación no es causada por la entrada y la salida de capitales, por lo cual cualquier medida que limite su flujo sería contraproducente.
En medio de una crisis imposible de describir por su gravedad, la hora llama a la sensatez. A proteger la confianza, a evitar los lances ideológicos a los cuales es tan propenso el Presidente. No es el momento para amenazar a la inversión privada ni para exagerar la tributación de las empresas petroleras, mineras, generadoras de energía eléctrica. Y por más que aumente el recaudo, el Gobierno no debe expandir desmesuradamente el gasto público sino, por el contrario, focalizarlo lo mejor posible y cumplir con la regla fiscal.
Hay que estar preparados para un futuro incierto... y malo.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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