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En defensa de la historia presidencial

Ojalá no estemos ad portas de una profunda ruptura histórica.

En la campaña electoral por la Presidencia se han formulado planteamientos contrarios a la historia. Como escribió Moisés Wasserman en una extraordinaria columna en este diario, “la campaña se parece a una guerra, y eso ha dado licencia a algunos para matar verdades” (‘¿200 años gobernados por los mismos?’, 13 de mayo de 2022).
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Wasserman cita ejemplos de nuestra historia desde 1810 para mostrar que personas de diferente procedencia e ideología tuvieron influencia en la marcha del país.
Comenzando por Bolívar y Santander. Continuando con los cambios en las políticas en el siglo XIX, cuando el país estuvo bajo diferentes constituciones y modelos políticos, económicos y administrativos distintos. Y llegando hasta nuestros días con menciones a la República Liberal, la Violencia, el Frente Nacional y los gobiernos más recientes. Una cosa fue el gobierno de los liberales radicales entre 1863 y 1886, y otra, opuesta, el de la regeneración y la hegemonía conservadora hasta 1930. Como fueron diferentes los gobiernos de Alfonso López Pumarejo y el de Laureano Gómez o el de Belisario Betancur y el de Álvaro Uribe Vélez. Para no hablar del interregno del general Rojas Pinilla en los años cincuenta del siglo pasado.
No hemos estado gobernados por los mismos. Si algo nos caracteriza es que hemos tenido una variedad de presidentes, no todos surgidos de familias de las élites liberales o conservadoras. El caso de Belisario Betancur es extraordinario porque de una familia pobre antioqueña alcanzó, gracias a su esfuerzo y a su audacia intelectual y política, la Presidencia de la República y un reconocimiento internacional que pocos han recibido. Tampoco hemos tenido presidentes empresarios, ni millonarios.

Que no se desconozcan la calidad y el esfuerzo de muchos presidentes y gobiernos por mejorar las condiciones de vida de los colombianos, en distintas épocas y en complejas situaciones.

Otra mentira es que no haya habido gobiernos de izquierda o, mejor, de centroizquierda porque la historia presidencial se ha caracterizado por el respeto a las instituciones y la defensa de las libertades individuales. Es interesante recordar que Alfonso López Pumarejo, en el apogeo de la República Liberal y en un gobierno con el lema de ‘la revolución en marcha’, no convocó una asamblea constituyente para expedir una nueva Constitución, sino que prefirió dar la pelea en el Congreso para reformarla. El resultado no puede menospreciarse: consagró la intervención del Estado y la función social de la propiedad. O que Carlos Lleras Restrepo hubiera impulsado contra viento y marea en el Congreso la reforma constitucional de 1968 para fortalecer y ordenar la intervención del Estado en todos sus frentes, convencido de que la acción estatal era indispensable para promover el bienestar y la justicia social.
Que no se desconozcan la calidad y el esfuerzo de muchos presidentes y gobiernos por mejorar las condiciones de vida de los colombianos, en distintas épocas y en complejas situaciones. Lo que no quiere decir que no hubiera habido gobiernos buenos, regulares y malos. Ha primado, sin embargo, el pragmatismo frente a la ideología. Hubo muy pocos gobiernos de extrema derecha en 200 años, o de presidentes que, como en otros países de América Latina, se enriquecieran a su paso por la primera magistratura.
Si algo nos diferencia de la historia política de la región es que en Colombia no hemos experimentado populismo como en Argentina, México, Perú, Brasil o Venezuela, que descuadernó las economías, acabó con la empresa privada, enriqueció a los gobernantes y empobreció a la población. Es lo preocupante de un candidato que propone cortar la exploración de petróleo y gas natural, lo cual desembocaría en una crisis económica y social nunca vista e, ineludiblemente, en una pobreza descomunal.
Ojalá no estemos ad portas de una profunda ruptura histórica.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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