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Sin exportar no hay futuro

Si de algo el país no puede darse el lujo es de una crisis externa con mayor devaluación del peso.

Por qué el precio del dólar llegó a 4.000 pesos fue la pregunta de los colombianos en la primera semana de 2022. Muchos analistas pronosticaron que en el último mes del año el dólar caería. Preveían que el Gobierno trajera recursos del exterior para financiar sus abultados gastos. El asunto, sin embargo, no era tan sencillo.
El desajuste de las cuentas externas de Colombia se amplió el año pasado. Es generado por el déficit en la balanza comercial; es decir, por la diferencia negativa creciente entre las exportaciones de bienes y servicios del país y las importaciones. Aun con el monto importante de remesas de los colombianos que trabajan en el exterior, el faltante de divisas que arrojó la cuenta corriente de la balanza de pagos habría sido equivalente al 5,3 por ciento del PIB, unos 55 billones de pesos, en 2021.
El desequilibrio es estructural. Los principales renglones de exportación del país, el petróleo, el carbón y el café, registraron altas cotizaciones en los mercados internacionales durante el año, no obstante lo cual los ingresos de su venta al exterior no alcanzaron a rebajar el déficit comercial. Y, bien se sabe, hay una amenaza que se cierne sobre las exportaciones del petróleo y el carbón por la transición energética mundial. Lo que señala la necesidad de aprovechar la ventana de oportunidad que estará abierta en el mundo por unos años más, hasta que la demanda global del crudo empiece a caer y los precios se desplomen.
De ahí la urgente necesidad de promover la diversificación de la estructura exportadora colombiana. Cómo hacerlo debería ser el primer punto en los programas de los candidatos a la presidencia de la República. Si de algo el país no puede darse el lujo es de una crisis externa con una mayor devaluación del peso, pérdida de reservas internacionales del Banco de la República y contracción de la economía. La repercusión social sería explosiva.

Puede ser que lo que construimos hace treinta años con tanta ilusión para insertar a Colombia en el mundo no sirva en la actualidad.

Es que los faltantes de la cuenta corriente de la balanza de pagos del país hay que cubrirlos mediante la inversión directa de los extranjeros en los sectores productivos, la de portafolio en títulos valores y el endeudamiento externo del Gobierno (ya muy alto) o de los particulares. Infortunadamente, la inversión directa ha estado recientemente por debajo de los niveles anteriores a la pandemia. La elevación de las tasas de interés en Estados Unidos prevista para el primer trimestre del año cambiará, además, el incentivo para que los flujos de capital del exterior continúen viniendo a los países de América Latina, afectados, además, por la incertidumbre sobre su futuro político.
Así que el dólar seguirá sobre los 4.000 pesos hasta conocerse el resultado de las elecciones presidenciales en mayo y junio. Es imposible pronosticar que sucederá después.

‘Exportar o morir’

El lema que convocaba a exportar hace sesenta años vuelve a ser válido en esta tercera década del siglo XXI. Desde el nacimiento de la industria de las flores no han surgido en el país nuevos productos agrícolas de exportación con volúmenes apreciables. En otros países de la región eso sí ha sucedido, como se puede comprobar visitando cualquier supermercado en la Florida. Esto es lamentable si se tiene en cuenta la disponibilidad colombiana de tierra y agua. Hay algunas esperanzas con el aguacate Hass, el cannabis, el cacao o la carne, pero falta concretarlas con decisión. Sin exportar no hay futuro.
Se requiere un trabajo coordinado de muchos actores para promover exitosamente las exportaciones. Revisar a fondo lo que impide exportar y la institucionalidad de la promoción. Puede ser que lo que construimos hace treinta años con tanta ilusión para insertar a Colombia en el mundo no sirva en la actualidad.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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