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Amenazas, no; reformas, sí

No se cuestiona que se lleven a cabo reformas. La oposición es a aprobar reformas “malas”.

En mi última columna del año pasado, publicada el sábado 31 de diciembre, un día en el que las gentes no leen los periódicos, pregunté si el año 2023 sería el del “destape” de Petro, pensando en que en este año el Presidente nos mostraría su verdadero rostro.
Preveía, correctamente, que la presentación de los proyectos de ley para reformar las pensiones, la salud y el trabajo encendería el debate público. No se me ocurrió, sin embargo, que el destape fuera rompiendo la coalición de gobierno, botando a siete ministros y sometiendo al país a un manto de incertidumbre sobre su futuro.
Decisiones que se complementaron con el desafiante discurso del primero de mayo desde el balcón de la Casa de Nariño junto con su esposa, al más puro estilo peronista de los años cincuenta del siglo pasado en Argentina.
El llamado del Presidente al pueblo para que no lo deje solo “ante la jauría de los privilegiados” y apoye los cambios porque “el intento de coartar las reformas puede llevar a una revolución” no tiene pies ni cabeza.
Petro, el mesías, respaldado por un movimiento sindical al cual intenta favorecer, desconoce las verdaderas aspiraciones de los colombianos que no quieren cosa distinta a encontrar empleos de calidad, en un entorno de seguridad, y progresar económicamente. Lo que menos desean es un cambio revolucionario, que desbarate las instituciones que ha tomado tanto tiempo y esfuerzo construir, y genere desorden, más pobreza y más desigualdad.
Recordé entonces una entrevista de Malcolm Deas a la revista Semana de mayo de 2022 en la cual se preguntó: “¿Cuántos colombianos quieren una revolución?”. Y se respondió afirmando que en “Colombia siempre ha habido bastante democracia, libertad, progreso y válvulas de escape”. Además, dijo, “no existe una clase revolucionaria dispuesta a apoyar eso. Hay mucha división regional, y demoraría mucho el país en construir, en términos marxistas, un proletariado”. Uno lo percibe conversando con las gentes en la ciudad y en el campo y comprobando su esfuerzo diario para sobrevivir en paz, en medio de tantas dificultades.
* * * *
Ahora bien. No se cuestiona que en Colombia se lleven a cabo una serie de reformas sociales y económicas. La oposición es a aprobar reformas “malas”, motivadas por el odio y la ideología, que hagan daño a los colombianos en vez de beneficiarlos.
Si en algo hubo consenso técnico con posterioridad a la firma del Acuerdo para poner fin al conflicto con las Farc y, todavía con mayor urgencia, después de la pandemia, fue sobre la necesidad de la reforma pensional y la laboral. Como está planteada, la de la salud, que ha sido la manzana de la discordia, sería un salto al vacío; por eso no ha generado consenso ni técnico, ni político.
Tengo frente a mí el libro publicado por Fedesarrollo hace dos años, Descifrar el futuro, en el cual se analizan los retos en materia de pobreza e inequidad en el país y se esbozan las reformas necesarias para fortalecer la tributación, formalizar el empleo y reforzar la red de protección social. Documento en el cual, además, se analizan la transición energética, los retos en materia de infraestructura y la contribución de Colombia al cambio climático global. Y en la Feria del Libro de la semana pasada, presentamos con mi colega Germán Darío Machado el libro Crisis y reformas en el cual, después de revisar las que llamamos “crisis superpuestas”, concluimos que “Colombia se encuentra en un momento en el cual es inevitable llevar a cabo profundas reformas estructurales”.
Qué no se engañe el presidente Petro. Su soledad no es por la intención de cambiar sino porque, como está orientado, el cambio hace daño y conduce al pasado y no al futuro.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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