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Inflación, alimentos y política

La inflación se salió de madre en los últimos meses y toca volverla a encarrilar.

Desde el 2002 el país no registraba una inflación tan alta como la de los doce meses que terminaron en enero pasado. A finales de los años ochenta y principios de los noventa, la inflación se elevó y alcanzó en 1990 un 32,4 por ciento.
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Interesa recordar estas cifras porque los jóvenes –y los no tan jóvenes, como el presidente Duque y el presidente de la Andi– no conocen o no recuerdan las distorsiones y los problemas que genera una inflación alta, en particular sobre la capacidad de compra de las familias pobres. Los primeros no saben qué es la inflación, porque de eso no se habló durante veinte años en sus casas. Los segundos creen que atacando las decisiones de la junta del Banco de la República son más populares con sus electores.
Están equivocados. La inflación atenta contra las instituciones, contra el crecimiento de la producción, contra los trabajadores, contra los pobres y contra la democracia. Es grave, además, que la campaña por la presidencia y la elección tengan lugar en un ambiente de alta inflación. Como lo sería entregar al próximo gobierno una economía con una inflación desbordada.

El espectáculo de la campaña electoral es deplorable. La lucha contra la pobreza no aparece en el debate y quien gane la elección va a recibir una situación social explosiva.

La junta del Banco de la República está cumpliendo su tarea responsablemente y tiene que reforzarla. La inflación se salió de madre en los últimos meses y toca volverla a encarrilar dentro del rango meta fijado de la junta. No se niega que hay factores externos que la han impulsado, pero es también cierto que la política fiscal, la abundancia de crédito en la economía formal, el aumento del 10,2 por ciento del salario mínimo para este año y la incertidumbre política están pasando su cuenta de cobro.
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Para los pobres y los vulnerables, la variación anual de los precios fue, en enero, de 8,30 por ciento anual. El alza de los precios de la comida es muy preocupante. La agricultura en Colombia nunca ha respondido bien a los incrementos extraordinarios en la demanda de comida, lo que ha exigido, desde la Ley de Emergencia de 1926, importaciones. Solo en el mes pasado, los alimentos subieron 3,79 por ciento (la mitad del guarismo anual), con aumentos en la papa, la carne de res, el plátano, la leche, la cebolla y las frutas.
Más inquietante aún si se tiene en cuenta la información del Banco de Alimentos de Colombia de que “la situación de hambre en Colombia sí es crítica”, que “15,9 millones de colombianos consumen dos o menos comidas al día” y que “5 millones sufren o sufrieron desnutrición crónica y hoy padecen sus secuelas”.
He estado leyendo por estos días la memoria del gran economista hindú Amartya Sen, premio Nobel de economía de 1998 (Un hogar en el mundo, Taurus, 2021), y me ha impresionado su recuerdo de la hambruna de Bengala de 1943 –tenía 10 años–, cuando entendió que “si el precio de los alimentos seguía subiendo sin que aumentasen también los ingresos de la gente, muchos acabarían pasando hambre... y muriendo”.
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Es lamentable que a buena parte de los dirigentes políticos y empresariales el problema inflacionario parece tenerlos sin cuidado. El espectáculo de la campaña electoral es deplorable. La lucha contra la pobreza, la informalidad y el hambre no aparece en el debate y quien gane la elección va a recibir una situación social explosiva. Razón de más para respetar la autonomía del Banco de la República.
Y paradójico que después de la discusión del año pasado, cuando se cuestionó la independencia del banco emisor porque el presidente Duque había nombrado no a dos, sino a los cinco miembros de la junta, ahora sea el mismo Presidente quien critica a la junta por actuar con responsabilidad. Hasta su ministro de Hacienda votó a favor de subir la tasa de interés de referencia del Banco, si bien no en la misma proporción de la mayoría. Bien por la junta.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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