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¿Y el desarrollo económico?

Necesitamos el desarrollo: ahorrar e invertir para generar crecimiento, empleo e ingresos.

En la conferencia que pronunció el profesor Jeffrey Sachs en la Universidad de los Andes el lunes pasado se refirió a la “nueva era” en Colombia. Aseguró que “los últimos cuarenta años han sido los más difíciles para América Latina y el Caribe, por el poco desarrollo económico, en medio de un vertiginoso avance tecnológico en el mundo”. Confió, entonces, en que, con el cambio de gobierno y la nueva ola rosa en la región, podrá llegar “algo nuevo a las Américas”.
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La comparación de Sachs es con China y con los países del sudeste asiático. Y tiene razón. Al tiempo que en América Latina el producto por habitante creció a un ritmo de 1,3 % anual en los últimos cuarenta años (se necesitarían 50 para doblarlo), en esos países se multiplicó por nueve. Se generó allá, particularmente en China, un círculo virtuoso: la educación de alta calidad condujo al desarrollo tecnológico, a la innovación y a la exportación de semiconductores, computadores y celulares. Aquí continuamos dedicados a la explotación de los recursos naturales.
El ahorro en esas economías alcanzó niveles del 40 % del PIB, mientras que en América Latina fue la mitad y en Colombia, apenas el 14 %. Obviamente, la inversión se financió con un volumen inmenso de ahorro, lo cual era imposible de este lado del mundo, en donde se recurrió al endeudamiento. De ahí la gran diferencia en el ritmo de crecimiento y en el desarrollo económico. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, en 2020 la pobreza extrema desapareció en China.
En estos días en que se utiliza en forma tan irresponsablemente el concepto del “fracaso” para calificar la trayectoria del país en los últimos 200 años, he pensado que, si bien las estadísticas son irrefutables, el caso colombiano amerita un mejor tratamiento. Desde 1982 este país tuvo que otorgar prioridad a la lucha contra los movimientos subversivos y contra el narcotráfico. A partir de los años ochenta hubo, además, un esfuerzo complementario por buscar acuerdos de paz con las guerrillas.

De ahí la importancia no solo de aumentar los impuestos, sino de establecer con claridad cómo se van a utilizar.

En 1989 se logró la desmovilización del M-19, en momentos en que el narcotráfico desafiaba brutalmente al Estado. De hecho, el año de mayor inseguridad pública en el siglo XX fue 1989. Los años noventa estuvieron signados por la persecución a los carteles del narcotráfico y terminaron, por otras razones, en la peor crisis económica del siglo. Después del intento fallido de las conversaciones con las Farc en el Caguán, vinieron, primero, la “seguridad democrática” y, después, la negociación del acuerdo de La Habana, que llegó a su fin en 2016.
La lucha contra las guerrillas y contra el narcotráfico desvió forzosamente la atención de los objetivos del desarrollo. Infortunadamente no es posible afirmar que esa situación se haya resuelto, si bien el acuerdo de La Habana desmovilizó parcialmente a las Farc. A pesar de lo anterior, logramos mantener la estabilidad económica y, como lo muestran un buen número de indicadores sociales en los últimos cuarenta años, reducir la pobreza y aumentar la cobertura de muchos servicios públicos y sociales. No fracasamos del todo.
Pero Sachs tiene razón. Necesitamos el desarrollo: ahorrar e invertir para generar crecimiento, empleo e ingresos. Un sector privado vigoroso y audaz. De ahí la importancia no solo de aumentar los impuestos, sino de establecer con claridad cómo se van a utilizar. Los desequilibrios macroeconómicos y los problemas estructurales no se van a resolver por la vía del asistencialismo ni con el freno a la exportación del petróleo, el carbón y el oro.
La retórica y la ideología no son suficientes para impulsar el desarrollo ni para implantar “algo nuevo en las Américas”, como lo desearía el profesor Sachs.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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