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Paradoja y punto de quiebre

Después de la gran reactivación posterior a la pandemia vendrán tiempos muy exigentes.

La economía colombiana llega al final de la administración Duque en una situación paradójica: crecimiento récord en América Latina en 2022 y proyección de caída fuerte en 2023.
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El dinamismo de la actividad productiva es sorprendente. La perspectiva para los próximos meses y para el año que viene, sin embargo, es de desaceleración, en medio de inflación, tasas de interés altas en Colombia y en el mundo, reforma tributaria en el Congreso, y del pésimo entorno internacional signado por la recesión en Estados Unidos, la guerra y la crisis energética de Europa.
En el primer trimestre del año, el producto interno bruto creció en Colombia a un ritmo de 5,8 por ciento anual y de 1 por ciento con respecto al trimestre inmediatamente anterior. En el segundo la cifra será más alta por la comparación con la del año pasado, afectada por los bloqueos y el paro. Las proyecciones apuntan a un crecimiento en el año completo del orden del 6,5-7 por ciento. La demanda está disparada, estimulada por el consumo de los hogares y, también, por la inversión, que se incrementó durante el trimestre. El desempleo se ubica en el nivel de antes de la pandemia, lo que señala una mayor productividad laboral. Las proyecciones de crecimiento para el 2023 arrojan un crecimiento de entre 2 y 3 por ciento. El frenazo será fuerte.
La macroeconomía está desajustada. La expansión de la demanda de la economía supera la de la producción interna y se cubre con importaciones. Por tanto, a no obstante los buenos precios del petróleo, del carbón y del café, la balanza comercial es negativa y hay un déficit cuantioso en la cuenta corriente de la balanza de pagos. Las remesas de los colombianos en el exterior hacen menos agudo el desequilibrio externo y, a su turno, estimulan el consumo de las familias. Este se ha favorecido igualmente por el aumento del crédito del sistema financiero y el correspondiente endeudamiento de los hogares. Con todo y el alza de la tasa de interés del Banco de la República, la política monetaria continúa siendo holgada.

No obstante los buenos precios del petróleo, del carbón y del café, la balanza comercial es negativa y hay un déficit cuantioso en la cuenta corriente de la balanza de pagos.

La otra fuente del desajuste es la fiscal. Así el gobierno saliente afirme que entrega “la casa en orden”, la verdad es que el déficit de 5,6 por ciento del PIB proyectado para el fin del año constituye un elevado riesgo macroeconómico y, de acuerdo con el ‘Marco fiscal de mediano plazo’, habría que reducirlo en 2023 y 2024 hasta el 2 por ciento. El gasto público ha contribuido, sin duda, a la recuperación de la economía, pero no es sostenible sin fuentes de financiación aseguradas. Por eso, como ya lo ha confirmado el futuro ministro de Hacienda, el nuevo gobierno va a apretar las tuercas con la reforma tributaria. Tiene que hacerlo.
* * * *
Este diagnóstico está en sintonía con el del Banco Mundial. Carlos Felipe Jaramillo, el brillante economista colombiano vicepresidente del Banco, lo describió en una estupenda entrevista con este diario el martes pasado (‘Recuperación de Colombia, de las más largas y sostenidas: BM’). Manifestó que en el 2023 la tasa de crecimiento de la economía va a ser muy inferior y el país tendrá que “enfrentarse a costos de financiación más altos en los mercados externos y a una demanda externa en niveles muy bajos”, por lo cual advirtió sobre la importancia del “buen manejo macroeconómico” y expresó su confianza en que el gobierno entrante mantendrá la fama de Colombia en esta materia.
De cierta manera, y por casualidad, el cambio de gobierno el próximo 7 de agosto marcará un punto de quiebre en la economía. Después de la gran reactivación de la economía posterior a la pandemia en 2021 y 2022 vendrán tiempos muy exigentes en la administración Petro. Confiemos, con Carlos Felipe Jaramillo, en que tanto el Gobierno como el Congreso estarán a la altura de las circunstancias.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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