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Las crisis no se resuelven en las calles

Dependemos de la capacidad de la sociedad para hacer acuerdos, reformas y un nuevo contrato social.

Pocas veces en la historia, este país había atravesado tantas situaciones de crisis de manera simultánea. En el siglo XX sufrió crisis económicas y crisis políticas, pero estas rara vez coincidieron en el tiempo, las unas superpuestas sobre las otras. De hecho, se decía que la ausencia de crisis profundas en Colombia explicaba nuestro conservatismo en materia de cambios económicos y sociales.
Las múltiples crisis de 2021 marcarán un punto de quiebre en la historia. Lo único que puede afirmarse con certeza es que no vamos a regresar al pasado. De resto, la incertidumbre domina el horizonte. Y no es claro que el futuro no traiga la anarquía y el caos. Evitarlo dependerá de la capacidad de la sociedad, toda, para lograr acuerdos, hacer reformas y construir un nuevo contrato social.
Veamos las crisis:
Hay una crisis sanitaria. Aunque ha pasado a segundo plano de las noticias, la pandemia continúa desbordada; hemos superado en algunos días la cifra de 500 muertos por el covid y nos acercamos a los 85.000 muertos en total. La vacunación es lenta. No se alcanzará la inmunidad de rebaño en 2021.
Hay una crisis política. La exacerbaron el pésimo manejo de la ‘reforma Carrasquilla’, el oportunismo de los líderes políticos y el paro. La discusión de la tributaria se salió del escenario natural, que era el Congreso, y se fue a las redes y a las calles. El Gobierno se quedó solo, aislado de su propio partido político. El Presidente ha intentado reparar los puentes y está recomponiendo el gabinete ministerial, pero tiene que actuar con mayor contundencia y lograr un acuerdo político que abra la puerta de salida y genere certidumbre.
Hay una crisis económica. La más pronunciada de que se tenga noticia. El año pasado la economía redujo su tamaño en 6,4 %. La recuperación de 2021 se ha visto impactada por la pandemia y por los inauditos efectos del paro y los bloqueos. El desempleo es altísimo, particularmente el de las mujeres y los jóvenes. La informalidad supera el 50 % de los trabajadores. La pobreza en las ciudades se disparó. El déficit fiscal, por su parte, será en 2021 cercano a 100 billones de pesos, y la deuda pública llegará al 65 % del PIB. Ya se perdió el grado de inversión de Standard and Poors. Una reforma tributaria es inevitable. Ojalá tenga elementos de permanencia y progresividad para no estar en las mismas el año próximo.
Hay una crisis de seguridad interna. Una combinación explosiva de disidencias de las Farc, el Eln, narcotráfico, crimen organizado y delincuencia. Con Venezuela al lado. La gente tiene miedo en todas las ciudades y, con sobradas razones, en Cali.
Hay una crisis internacional. Ni en las peores épocas del narcoterrorismo y el proceso 8.000, la imagen de Colombia se había visto tan afectada como en estos días de paro. La nueva canciller tiene el desafío de mejorar la relación con Estados Unidos, las organizaciones multilaterales y la prensa extranjera.
Por último –y no menos grave–, hay una crisis de la educación y el mercado laboral. La de la población entre los 15 y los 24 años que ni estudia, ni trabaja. Una proporción muy alta de colombianos se encuentran en este rango de edad. Una situación que confirma la precariedad de la economía y su falta de potencia para generar empleos.
Estas crisis no se resuelven en las calles. Como bien lo afirma el lúcido y sensato profesor Malcolm Deas desde Inglaterra: “En Colombia no habrá revolución, pero toca hacer reformas”. Hay material para formularlas, como lo ha planteado Fedesarrollo. Y las reformas se presentan, se discuten y se aprueban o rechazan en el Congreso. Por fortuna no hemos dejado de ser una democracia representativa, cuya permanencia hay que proteger.
Carlos Caballero Argáez
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