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Una memoria para el tiempo presente

Polarización entre republicanos y demócratas fue evidente desde el inicio de la presidencia de Obama

El asalto al Congreso de Estados Unidos en la tarde del pasado miércoles 6 de enero me sorprendió leyendo el primer libro de memorias del expresidente Barack Obama, La tierra prometida.
Acababa de pasar las páginas sobre la aprobación, por la Cámara y el Senado, en febrero de 2009, de la ley de recuperación económica (Recovery Act), sin un solo voto republicano, en una coyuntura en la cual Estados Unidos experimentaba una crisis económica y financiera muy profunda, que recordaba la de los años treinta del siglo pasado.
La polarización entre republicanos y demócratas fue así evidente desde las primeras semanas de la presidencia de Obama. Lo que no dejó de extrañar a un mandatario bien intencionado, que había heredado la crisis del gobierno anterior y quien, no obstante conocer la historia política reciente y sus protagonistas, no podía creer que, para oponerse a la aprobación de la ley, se utilizaran argumentos sin sustento –la ‘vía al socialismo’, por ejemplo–, las noticias falsas y las mentiras. Se trató, desde el principio, de obstaculizar las acciones del nuevo gobierno, así estuviera de por medio el interés nacional.
La dinámica inicial fijaría el curso de “mucho de lo que sucedió en los meses y años que vinieron; una ruptura de las sensibilidades políticas que se mantuvo con el paso del tiempo y continúa presente en la actualidad”, escribe Obama. Mantener el contrato social que, mal que bien, había funcionado desde los años treinta como respuesta a la Gran Depresión requería confianza: que cada individuo se sintiera integrante del conjunto social, de la nación.
Hace doce años ese contrato se estaba disolviendo. La economía no crecía, “los ingresos de los trabajadores se habían estancado, la calidad del empleo para quienes no tuvieran un grado universitario se había deteriorado y los padres de familia se angustiaban porque a sus hijos no les fuera a ir tan bien en el futuro como les había ido a ellos en el pasado”. En esas circunstancias, en vez de promover y alimentar la confianza, el Partido Republicano había optado por estimular el resentimiento, especialmente entre los blancos, que se sentían perdedores frente a las minorías, los afroamericanos, los latinos, los inmigrantes.
La frustración del nuevo presidente era que, en su campaña, había propuesto reconstruir la confianza no únicamente en el Gobierno, sino entre los ciudadanos: “Si confiamos entre nosotros, la democracia funciona. Si confiamos entre nosotros, se mantiene el contrato social y se pueden resolver los grandes problemas que enfrentamos”. Ahora, sin embargo, se daba cuenta de que la crisis había infundido más rabia y más miedo entre los individuos y que esos sentimientos eran explotados por los dirigentes republicanos para avanzar políticamente, después de su elección de 2008.
Esa era la lucha que tenía por delante como presidente y que, vista a la luz del fenómeno Trump y de los sucesos de la semana pasada, perdieron Obama y los demócratas. Tocaría reanudarla la próxima semana, cuando se posesione el presidente Biden, en un país dividido por mitades, que no tiene claridad sobre su futuro.
* * * *
El Partido Republicano encontró en el señor Trump el estandarte para su equivocada estrategia política, que exacerbó la polarización hasta llegar al evento inimaginable del 6 de enero de 2021. Es el peligro de estimular el miedo, la rabia y las posiciones extremas como alternativa. Algo que los políticos colombianos deberían tener en cuenta al despuntar la campaña electoral de 2022. Las condiciones sociales y económicas, la crisis, el desempleo, la pobreza y la desigualdad avivan las emociones y pueden conducir a un mal final.
Carlos Caballero Argáez
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