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Roberto Junguito Bonnet

Un colombiano que le sirvió al país, que siempre creyó en su futuro y el potencial de su gente.

Escribo esta columna sumido en una tristeza profunda. Roberto Junguito fue mi amigo durante cincuenta años. Un ser humano excepcional. Un magnífico economista. Un colombiano que le sirvió al país, que siempre creyó en su futuro, en su potencial y en el de sus gentes.
Roberto fue uno de esos individuos raros que encontró el sentido de la vida combinando tres elementos fundamentales: la familia, sus actividades personales y la interacción con la sociedad. Los articuló magistralmente. Su privacidad era prioritaria, pero era un ser social, generoso, mentor y promotor de los jóvenes, amigo de sus numerosos amigos y colegas, maestro del buen trato, ocurrente y divertido. Interlocutor estupendo por su agudeza intelectual y sus conocimientos. Dormía poco y escribía mucho. Por eso, de su incansable mente brotaron continuamente libros de economía, artículos de prensa, ensayos históricos y recuentos familiares.
Subrayo las características de su personalidad porque el país y la opinión pública lo conocieron por su brillante trayectoria profesional. Por su paso por los ministerios, por el Banco de la República, por Fedesarrollo, por los gremios privados, por la diplomacia y por el Fondo Monetario Internacional. Roberto, sin embargo, fue mucho más que un excelente economista, un profesional ejemplar y un servidor público que quería a Colombia.
* * *
Coincidí con Roberto en el Departamento Nacional de Planeación a fines de los años sesenta, pero reforzamos nuestra amistad en los años setenta, en Fedesarrollo. Fue mi profesor de economía cuando escribíamos para ‘Coyuntura Económica’, analizábamos el comportamiento de los distintos sectores productivos o, simplemente, conversábamos sobre la política económica gubernamental. A quienes trabajamos en la entidad nos estimuló a publicar en los medios, a dictar conferencias, a dejarnos entrevistar para la radio o la televisión. Su generosidad y su interés en la formación de las nuevas generaciones eran impresionantes. Creía que al país le iba bien si contaba con más y mejores economistas y funcionarios públicos.
No sorprende, entonces, el homenaje que la tecnocracia colombiana de todas las edades ha rendido a su memoria en estos días. Cincuenta y cinco colegas y amigos participamos en la publicación de un aviso de prensa en el que lamentamos profundamente su fallecimiento. Muchos más, estoy seguro, lo hicieron en silencio.
En 1984, cuando el presidente Betancur lo nombró ministro de Hacienda y tuvo que hacer frente a uno de los desequilibrios más agudos de la economía colombiana en el siglo XX, Roberto me pidió que lo acompañara como asesor de la entonces Junta Monetaria junto con Manuel Ramírez, otro economista memorable tempranamente desaparecido. Diseñó una estrategia que resultó triunfadora. Colombia superó la crisis sin que el PIB se contrajera y sin reestructurar la deuda externa.
Fui testigo de su esfuerzo intelectual y de la manera como se relacionó con los funcionarios y los banqueros internacionales. Jugaba tenis con el jefe del equipo del FMI que tenía a su cargo las conversaciones con Colombia y con el presidente del Comité de los bancos que otorgaron finalmente el crédito para refinanciar la deuda. Hablaba de igual a igual con los ministros y banqueros centrales de los gobiernos extranjeros. Al mismo tiempo informaba al presidente Betancur y lo convencía de la bondad de lo que se estaba haciendo. En la lista de los ministros de Hacienda de Colombia de los últimos cien años, Roberto Junguito ocupa, sin duda, un lugar prominente.
* * *
En una columna no se puede abundar en la personalidad y la vida de Roberto Junguito Bonnet. Solo es posible exaltar su figura y llorar por su triste, muy triste, partida.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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